Dama dorada

 Fotografía: Juan Carlos Mendizabal Fierro

Madrugadora incansable de la aurora. Te levantas silenciosa aspirando el candente olor de tu cuarto donde los sueños todavía no terminan.  Tus pasos solo los percibe el infinito.  El aire es un silbido tenue que penetra por la cerradura iluminada por el primer rayo del sol.  El cielo aún oscurecido cubre tu partida.  Es el último encuentro entre la noche y la mañana.

Y desciendes triunfante  desde LA CIMA DEL CERRO detentando orgullosa tu vestimenta dorada, mágica pollera adornada de jaspes multicolores y enaltecida con las joyas invisibles del oribe.  Adornados encajes mecen armoniosamente tu ofrenda matutina.  Llegas con la brisa ondulante de La Paz aún dormida y pasas enfrente,  iluminando con tu atuendo  la plazuela Alexander desde donde te miro.  Centenario lugar que alberga en su única esquina la ancestral fricasería donde se gestaron las mil y una revoluciones que alteraron el carácter pacífico, ensoñador y soñoliento de tu raza.  Pero no te detienes, tu paso apresurado te conduce a empezar tu labor matutina.  Incansable vendedora de ensueños.  Tu virtud consiste en alegrar el espíritu de los inocentes con la sabiduría que la vida te ha dotado.  Describes cada producto de tu venta como si lo hubieras elaborado con tus propias manos, manos laboriosas de niña, madre, mujer;  guerrera tenaz al fin.

Admirable convencimiento que te despoja prontamente de la fugaz mercancía que pasa a otro dueño.  Mezcla de ritos y creencias, primero te persignas en protocolar agradecimiento al Dios que se te ha impuesto y luego inclinas la cabeza para retribuir a la madre tierra.  Vives entre el cielo y las entrañas de tu mágico Universo.  Profunda religiosidad implantada con los siglos de la conquista y mítica raigambre heredada del Sol, la luna y las estrellas. Contradicciones entre el pecado terrenal inculcados por el inquisidor y tu pertenencia innata a la madre tierra.   

Respetable señora del alba, tus actos matutinos ennoblecen aún más la silenciosa labor de las mujeres que como tú remecen las luces todavía incoloras de las auroras siderales cuando aún  dormitan apaciblemente sus hijos mientras velan celosamente sus sueños; guardianes angelicales.

Después de haber imaginado tu rutina, te pierdo de vista desde la plaza Alexander  y te respeto más aún.

PORQUE  ANTE  TODO  ERES  MADRE