Perdido en mundana música entremezclada en ritmos discordes de jazz, folklore y bosa nova que Gato Barbieri desparramaba en el ambiente con el soplo mágico de su saxofón dulzón y melancólico, diríase hasta depresivo, el Gurú confundía en su abstraído pensamiento la materia y el espíritu que melodiosamente interpretaba frente suyo, con su voluptuoso cuerpo semidesnudo, la bailarina, en su solitaria e imaginaria tarima delante de brillantes blancas colchonetas. Era el devenir rítmico, casi silente que abrazaba la creación manifiesta de Dios, en una palabra musical que el Gato Barbieri había titulado Bolivia.
Tambores entrelazados en el aurea mágica de un vaivén sonoro con el saxofón penetrante del armonioso hechicero. Llano, selva y altiplano se desprendían de su encantador instrumento conjugados en la sabia del artista universal que se introducían mística y sensorialmente en el alma del Gurú.
Vestida en plateados encajes suavizaba con su febril movimiento el arcano ambiente, envuelto en el humo desprendido del narguile aromatizado con febriles hierbas que aspiraba el Gurú y se envolvía rendido al sensual fragor de la hembra danzarina.
El Gurú habría de dejar sumirse para siempre, en el orbe inmensurable del libertino ensueño, su espíritu núbil y risueño había sido seducido simplemente por el encanto vespertino del amor.
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